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No lo olvides jamás

la muerte de Primitivo Campos

Amado, camina sin pensamientos, como tranquilizando el corazón; esta allí como en otras ocasiones. No siempre en primera fila, porque se le anteponían personas con más experiencia, por eso prefería disimularse entre los asistentes. Sin embargo, cuando se fueron de “Paro Nacional” el l9 de Julio 1977, contra las políticas de Morales Bermúdez y la gente colmaba los extremos de la kilométrica avenida Atocongo, él, iba muy junto a un grupo de líderes sujetando una arista de una gran banderola. De Villa El Salvador, el número de personas era enorme, y al reunirse con los grupos de otros distritos, entonces no había manera de mirar atrás ni identificar quien anuncia las proclamas. El griterío de la multitud, se va propagando como relámpago por las curvaturas de los pequeños cerros, ubicados a ambos lados de la avenida.
De pronto, cercano al medio día, una parte de los de avanzada se encontraron con enjambres de policías y soldados, cerrándoles el paso, apertrechados como para la guerra; unos a pie y otros montados en sus respectivos vehículos. Todos, llevan fusiles y apuntan en dirección a la multitud que se allegaba, a ellos. Se nota en los uniformados la ira contenida, que presagia calamidades. Se desplazan de un lado a otro; vigilan los movimientos, revisan si existe alguna brecha por la que podrían deslizarse los “revoltosos”. Tensas circunstancias por ambos lados, por la señal de ataque.
Los manifestantes, para su seguridad, tienen a la izquierda un cerro rocoso, el cine Delia, y el tímido sol sobre sus cabezas. De repente, sobre una roca estacionada a un costado del camino, un dirigente, se encima en ella y habla con energía a los que lo rodean; habla de la pobre vida del pobre y de las miserias que ocasionan las dictaduras. Al primer orador, siguen otros y también un vecino de VES. Por las palabras que usaron y las emociones que revelaron los oradores, todos coincidieron, en comparar la situación actual, con la que seria si el proletariado estuviera en el poder y lo bien que seria la vida en un estado socialista.
Algunos oyentes, estaban excitadísimos y se multiplicaban repartiendo panfletos; los que no compartían las ideas vertidas, coreaban a viva voz, la unidad del pueblo. Observadores, apostados en las orillas del camino, alargan recipientes con agua y frutas a los que pasan con el puño en alto y la proclama en los labios. Para Amado, que tenia esposa y dos hijos que le exigen cosas concretas para saciar el hambre, este “paro”, le resultaba una experiencia difícil de olvidar. Todo iba bien, hasta que, la policía y los soldados, se acercan con la rapidez del relámpago contra los manifestantes repartiendo palos, se hacen tan reales e intensos, en las espaldas y en las piernas. Amado, se fue con los amigos de Villa El Salvador, que conforman un
grupo pequeño y se mantienen unidos para protegerse mutuamente; se van a lo más alto del cerro; allá, entre las rocas, a sentirse protegidos de los disparos que se hacen desde la carretera. Es la primera vez para Amado, ver actuar juntos a policías y soldados; y la primera vez que veía a un helicóptero lanzando incalculable cantidad de panfletos, conminando a la gente a dispersarse y no dejarse “engañar por los agitadores”; tampoco, le era habitual ver jovencitos disputarse los volantes que lanzaban desde el helicóptero, romperlos, quemarlos y ocultarlos en la arena.
Como se ha dicho antes. Empezó la arremetida policial contra la multitud; disparando y lanzando gases lacrimógenas, sin discriminar a hombres de mujeres y niños. Ante tales acontecimientos, la gente se dispersó a ambos lados de la carretera; y a los que eran cogidos, los subían a los vehículos por la fuerza. Para entonces, Amado, ya estaba en subida al cerro; sin embargo, otros se reagrupaban al frente o a sus espaldas de los policías, izando sus banderolas, desafiando el peligro. La policía, no da tregua, persigue a los manifestantes, por la avenida, por las laderas del cerro y forzando la entrada a los domicilios.
Amado, no sentía miedo, tumbado barriga abajo detrás de una hilera de piedras, desde allí podía observar como avientan a los detenidos a los vehículos policiales; oír a un individuo lanzar consignas en favor del “paro” y a otro tragarse glotonamente un folleto. El tiempo avanza y las acciones no se detienen; el cansado día se va apoyando sobre el cojín de la tarde, el viento pasando siempre de prisa y el sol volteando el rostro hacia otro lado. Y allí nomás, rozando los desniveles del cerro, se aproxima un disonante coro de voces, dando cuenta que alguien ha sido herido. Incontables individuos se aproximan a constatar el anuncio y constatar que el herido ya era difunto.
Presagiaba su muerte; el difunto estaba muy alegre con las anécdotas que le contaban; lo comunicó uno que había compartido el mismo escondite; y mirando de frente a los que estaban presente, les recomendó; NO LO OLVIDEN JAMAS.
Resumiendo, el panorama de una vida, se puede asegurar, los hechos sucedieron así. El destino, incitó su curiosidad; quería ver lo que ocurría allá abajo, al levantarse de su escondite vino una bala volando de la carretera y mortalmente se le alojó en el pecho. Los que habían estado con el, sabían que era de VES, más no sabían su nombre.
Lo ocultaron en las laderas del cerro y guardaron silencio; para evitar que la policía se lo lleve, lo oculten y luego digan en el, “Paro Nacional”, no existieron muertos. Una mujer donó una colcha y un hombre dos palos de eucalipto. Hicieron una camilla y lo trasladaron por las lomas del cerro, bajando hacia el grupo seis, en dirección a la parroquia San José del padre, José Walijewski.
En el camino, se informaron que se llamaba; Primitivo Campos Roque, vecino del primer sector.
En la parroquia, velaron e hicieron guardia al occiso, hasta que el día siguiente, que los encontró despiertos. Los dirigentes, que se acercaron, montaron guardia y expresaron su profundo malestar por el compañero asesinado. Entre tanto, se rumoreó el mismo día que los familiares y los jefes policiales convinieron en llevar y sepultar cadáver por cuenta del gobierno, sin avisar a los dirigentes. A las cuatro de la tarde el carro fúnebre se llevó el cadáver y los vehículos policiales a los parientes.
¿Qué podían hacer? ¡Era la voluntad de los familiares¡.
La parroquia se fue quedando vacía, la gente, se fue yendo a sus respetivos domicilios. Lo mismo hizo Amado; entró a su casa y por la pared, fue palpando el interruptor y prendió las luces; y al mirarse en el espejo comprobó que ya no era el mismo, que salió la mañana del día de ayer. Se dio cuenta; que ser dirigente no era cosa fácil; que exige responsabilidad y una gran dosis de valor. A sus espaldas, sintió pasos aproximándose, y para ahuyentarlos, les dictó fragmentos del poeta; “ahora mismo no quiero que nadie se acerque a mí, no quiero herirlo con mi dolor”. Y se quedó solo.
Para ir menguando la pena y el malestar que sentía evocó pasos, proclamas, risas, personas y situaciones del día anterior, hasta que un sueño lo cobijo, en el mismo asiento.

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