Antecedentes
 
 
 

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La epopeya
Villa como laboratorio de una sociedad socialista

 
 
 
Historia de una ciudad: Villa El Salvador, Lima - Perú
Construcción
Crisis
Modernidad?
La epopeya
La Fundación

La invasión, la batalla campal, la encarcelación de un Obispo y la caida del Ministo del Interior.

 

En Pamplona
la invasión de Pamplona en 1971

La noche del 27 de Abril de 1971 aproximadamente 200 familias invadieron las faldas de un cerro situado en Pamplona, una zona del distrito de San Juan de Miraflores localizada 13 Kilómetros al sur del centro de Lima.
Este acontecimiento era casi ordinario en la vida de la capital peruana de aquel entonces, al grado que ni siquiera apareció en los diarios. Pero pronto iba a transformarse en una explosión urbana que conmovería la vida social y política metropolitana. El primer elemento del problema era sociogeográfico. La zona de la invasión estaba situada en las faldas de una pequeña elevación al otro lado de la cual se ubicaba Pamplona, que ya era una de las barriadas más grandes de Lima.
En principio parecía que el problema no era muy grave y que podría resolverse con facilidad. Así, el número de gente comprendida no era demasiado elevado y el hecho podía pasar como una de las tantas ampliaciones de una barriada previamente existente. Pero, esa falda del cerro miraba hacia el valle de Lima, para ser preciso hacia las entonces haciendas de Surco, que en esos momentos estaban siendo alistadas para ser vendidas y sus propietarios ya habían constituido empresas urbanizadoras. Así, la zona invadida pertenecía a una frontera y eso fue lo que le otorgó importancia estratégica en la vida política peruana. Esa frontera conectaba dos espacios sociales destinados a la segregación espacial más extrema, al grado que hoy, veinticinco años después, se puede observar sobre la cima de los cerros de San Juan un muro, que los propietarios han construido para terminar de delimitar dos zonas contiguas, pero separadas por un abismo social.

La invasión había sido preparada por un grupo de personas, lo que no tenía nada de novedoso porque todas seguían el mismo procedimiento. El núcleo inicial de los invasores del cerro de Pamplona tenía pensado constituir una asociación de vivienda y a partir de allí negociar sus cartas.
Pero desde el primer día se les complicaron las cosas.
Resulta que la misma mañana de la invasión se les sumó un primer contígente de gente que eran excedentes de Pamplona. Una vez que en Pamplona se enteraron de que al lado estaban invadiendo una zona prometedora, le pasaron la voz a todo aquel que tuviera necesidad, y resulta que eran muchos. La causa de ello se hallaba en la combinación de dos factores. Por un lado la alta tasa de crecimiento de Lima a lo largo de los anteriores años y por el otro la dureza del régimen militar que gobernaba al Perú de entonces.
Inicialmente el gobierno militar presidido por el General Juan Velasco no le dió demasiada importancia al asunto. Resulta que eran días de aguda crisis en las alturas.
El mismo 28 de abril, después de una agitada sesión en el Consejo de Ministros, Velasco había reemplazado a tres de sus integrantes. Los ministerios de Industria, Salud, y Educación tenían nuevos responsables y durante los últimos días esta crisis había dominado la escena oficial.
La crisis en las alturas había provocado que los sucesos de Pamplona no pasaran de un parte policial al que nadie le prestó demasiada atención durante los primeros días. Esa desatención permitió que la invasión creciera otro poco más y se acercara peligrosamente a los primeros cultivos.
Entonces se destacó un nuevo elemento de la toma. Estaba situada muy cerca de la carretera Panamericana Sur, exactamente a doscientos metros del cruce de Atocongo, de tal modo que mucha gente la veía al movilizarse hacia Lima y decidía sumarse a una invasión que el gobierno parecía estar tolerando.
Por fin el Ministerio del Interior decidió reaccionar y Artola tenía razones para estar preocupado.

Para aquel entonces ya había llegado a la zona la Dirección de Promoción Comunal del Ministerio de Vivienda, que había enviado a algunos funcionarios que se habían reunido inicialmente con los organizadores de la invasión.
Estos habían bautizado su asociación de vivienda con el nombre de «2 de mayo», fecha que se recordaba precisamente en esos días y que venía como anillo al dedo porque aludía a uno de los escasos acontecimientos gloriosos de las armas nacionales, lo que era muy útil para tratar con los gobernantes militares.
Cada parte había manifestado sus propósitos: los pobladores ser reconocidos en el lugar que ocupaban, el Ministerio de Vivienda que desalojaran y aceptaran ser reubícados.
En ese momento ingresó Artola como una tromba y cual toro enfurecido en un palacio de cristal rompió cuanto había a su paso.
En primer lugar, ordenó a la Policia de Investigaciones, PIP, que detuviera a los organizadores de la invasión a la salida de una reunión con funcionarios del Ministerio de Vivienda.

Una lista de sus nombres apareció en los diarios a los pocos días, cuando Artola los pasó a disposición del juez de turno. Esta lista es reveladora de la naturaleza social de este grupo.
Se trata de 9 personas, todos hombres, el mayor tenía 55 años, pero mayoritariamente se hallaban en la treintena. Vivían en diversas partes del casco antiguo de la ciudad, como el Rímac, La Victoria y Surquillo. Sus ocupaciones eran también diversas, pero mayoritariamente declararon oficios artesanales: tres zapateros, un carpintero y un vidriero, se hallaban también un chofer, dos obreros y hasta un ganadero.

La detención de este grupo fue el preludio del enfrentamiento.

Para saber mas:
El General Armando Artola
 
El Obispo Luis Bambarén

El general Armando Artola, quien tenía personalidad propia dentro del gobierno; combinaba la rudeza en la represión de los enemigos del régimen, con el populismo en el trato con los sectores barríales.
Así, Artola se había "hecho famoso por emplear agentes policiales que levantaban en volo a los opositores, o que clausuraban revistas después de entrar espectacularmente a sus oficínas.
Varias revistas peruanas fueron clausuradas intempestivamente por agentes del ministerio dirigido por el general Artola. Un ejemplo se halla en el cierre de Caretas del 12 de octubre de 1970, que motivó uno de los titulares más célebres del periodismo peruano: «Pardíez! la policía», aparecido en el número siguiente, Caretas 502, (1970), 1 de noviembre de 1970.
Pero, otro aspecto de la actuación pública de Artola lo hacía igualmente famoso: solía llegar en helicóptero a las barriadas a repartir alimentos, juguetes y ropa.
Así, Artola era un ministro que combinaba estilos y buscaba representar una figura cercana a la de Odría.

El caso es que le hacía sombra a Velasco y siendo un ministro poderoso no era bien visto por el presidente, quien se orientó a liquidarlo durante la coyuntura abierta por la invasión.

El padre de Artola había sido ministro de Odría y éste había sido formado en el estilo paternalista autoritario de los militares de la primera parte de
la década de 1950.

En ese momento el obispo auxiliar de Lima era Monseñor Bambarén. Pertenecía a la orden de los jesuitas y además oficialmente tenía el título de Obispo de los Pueblos Jóvenes, que ostentaba gracias a su esforzada labor pastoral entre los nuevos pobladores de las ciudades.
Luis Bambarén nació el 14 de enero de 1928 en la ciudad de Yungay.
Se ordena sacerdote de la Iglesia Católica en la ciudad de Madrid el 15 de julio de 1958.  A su regreso al Perú ejerció su docencia, siendo subdirector del Colegio de la Inmaculada de Lima entre los años 1961 hasta 1964.
El 1 de enero de 1968, recibe la consagración episcopal como obispo auxiliar de Lima de manos del entonces cardenal Juan Landázuri Ricketts en la parroquia San Martín de Porres. Se entrega de forma inmediata a la defensa de la gente de escasos recursos. Para 1970 con motivo del terremoto que destruyó gran parte del departamento de Ancash el 31 de mayo, es nombrado miembro del comité de reconstrucción y rehabilitación de las zonas afectadas. 
Nombrado Obispo de Chimbote el 8 de junio de 1978, asumió el cargo el 25 de julio del mismo año. Ejerció este obispado hasta el año 2003, año que cumplió los 75 años, en que se jubiló.
Entre 1996 y 1997 fue Secretario de la Conferencia Episcopal Peruana y también Presidente de la Comisión de Comunicación Social del Episcopado (Conamcos).
En febrero de 1998 fue elegido Presidente, reemplazando a Monseñor Augusto Vargas Alzamora, y reelecto el año 2000.

La Reunion del Banco Interamericano de Desarrollo BID
En unos días (mayo de 1971) se reuniría en Lima la asamblea de gobernadores del Banco Interamericano de Desarrollo, BID.
Esta es una institución crediticia muy importante para los países latinoamericanos y que venía de un conflicto con el gobierno de Velasco. Los créditos para el Perú habían estado vetados durante unos meses por la representación norteamericana, irritada por diversas expropiaciones a las que aún no se había compensado económicamente.
El bloqueo de sus créditos provocó que el Perú protestara por lo que interpretó como una violación de sus derechos como ación soberana. El gobierno de Velasco había levantado la amenaza de abandonar la institución.
Contra lo que pudiera pensarse, esa amenaza había surtido efecto puesto que los altos funcionarios del banco creyeron que su imagen se vería dañada si un gobierno prestigioso, como era el del Perú de aquellos años, abandonaba la institución acusándola de proimperialista. Así, el BID había retrocedido y manifestado en principio su intención de darle luz verde a esos créditos ya aprobados.
El encuentro del BID en Lima venía junto con una reunión en Lima misma de los ministros de Economía de todo el continente. Y esa reunión, cuya inauguración estaba programada para el lunes 10 de mayo, no podía ser empañada por unos invasores en Pamplona.
La batalla campal de Pamplona
 

El 5 de mayo los periódicos de Lima traían la noticia de la violenta batalla campal que se había producido en Pamplona.
La policía reportaba 51 contusos, mientras que los invasores habían llevado la peor parte: decenas de heridos con perdigones, 12 de alguna consideración, y un muerto por herida de bala. Pero la policía no había cumplido con su objetivo de desalojarlos. Por el contrario, los pobladores conservaron el terreno y con ello habían ganado gran parte de la batalla.
Desde aquel momento fue claro que ante la invasión había dos líneas en el gobierno. Por un lado, la Dirección de Promoción Comunal, dirigida por el comandante Alejandro de las Casas, que ese mismo día se presentó en Pamplona a reiterar su promesa de empadronamiento y reubicación. Por el otro, el ministro Artola que anunciaba a los cuatro vientos que los organizadores, llamados traficantes, serían pasados al juez acusados de ser enemigos de la revolución.

Por su parte, la magnitud de los acontecimientos impactó fuertemente en la opinión pública y movilizó a las instituciones de la sociedad civil. Por un lado estaban los propietarios de las urbanizadoras Las Gardenias. Vista Alegre. San Roque y sobre todo el colegio La Inmaculada y la urbanizadora Loyola, propiedad de los jesuitas. Estos propietarios empezaron a presionar a las autoridades para que pusieran orden y no permitieran que los invasores ocuparan terrenos de propiedad privada.

Sus temores eran justificados porque eran años en los que el gobierno había decretado una serie de reformas de la sociedad peruana. que en ocasiones habían sido acompañadas por expropiaciones. No se había promulgado una reforma urbana y los dueños de las urbanizadoras temieron que fuera la ocasión para ello. Por eso publicaron avisos en los diarios y presionaron intensamente a los miembros más afines del gobíerno.
Las fuerzas policiales reprimen violentamente a los pobladores de Pamplona.
En el acto muere el poblador Edilberto Ramos, reconocido como el primer mártir de lo que pronto será Villa El Salvador.
 

Hay una segunda versión del origen del nombre de Villa El Salvador correspondiente a Antonio Aragón, quien sostiene que hubo un segundo mártir en Pamplona cuyo cadáver habria sido ocultado por el gobierno.
Aragón recuerda que este joven se llamaba Angel Salvador y por consiguiente el asentamiento habría sido bautizado con su nombre.

Pero no sólo se movilizaron los propietarios, también lo hizo la Iglesia Católica.
El párroco de San Juan de Miraflores era el padre de la Matta, de origen norteamericano y perteneciente a la orden Maryknoll quien también estaba ganado por los nuevos vientos que soplaban en la Iglesia Católica post Medellín.

La Homilía de Bambarén
En el mismo lugar que había sido escenario de la batalla con la policía, el párroco organizó una misa de campaña para el domingo 9 de mayo, en la que el obispo auxiliar de Lima Monseñor Bambarén pronunció la homilía. Allí el obispo se solidarizó con los desposeídos y les dijo que Cristo estaba con ellos y no con sus represores. También aclaró que debían perdonar a los policías porque ellos sólo cumplían órdenes.
Bambarén usó una célebre figura bíblica: donde Cristo dice que es más dificil que un rico entre al reino de los cielos que un camello pase por el ojo de una aguja. La misa fue multitudinaria y los invasores la siguieron con mucho fervor. Mientras tanto seguían llegando nuevos contingentes de invasores, que desbordaban toda previsión, obligando incluso a que se suspendieran las clases en el colegio La Inmaculada.

Monseñor Bambarén en la carcel.
Artola se tomó la homilia en términos personales y apresó al obispo, a quien acusó de agitador con sotana. Después de mantenerlo detenido 12 horas, lo pasó a disposición del juez.
La prisión de Bambarén ocurrió mientras Velasco inauguraba la reunión del BID y Lima era centro de la atención del periodismo internacional. Posteriormente Velasco declaró que cuando se enteró de las circunstancias dispuso su libertad.
Pero el daño estaba hecho y el escándalo era grande. Ahora resultaba que el gobierno proclamadamente revolucionario estaba frente a una encrucijada.

La caida del Ministro del Interior General Artola
Puesto en jaque, Velasco optó por el obispo y removió a Artola del ministerio.
La caída de Artola hizo que Bambarén ganara una trernenda influencia en los acontecimientos que llevaron a la fundacíón de VES; bautizó la nueva población en honor al Cristo Salvador y puso de su parte el apoyo entusiasta de las comunidades cristianas de base.

El gobierno dispuso que los pobladores fueran reubicados y se les prestara todo el apoyo posible. Velasco decidió que no podía meterse con el capital urbanizador, pero que había llegado la hora de ensayar la creación de una ciudad modelo para los más pobres. El era un gobernante de decisiones rápidas y usó la coyuntura para realizar un giro de la política urbana de su gobierno, que hasta entonces había sido muy convencional. A partir de ese momento, Velasco quiso que la nueva población fuera el modelo de sociedad urbana que soñaba para el Perú.
Así, entonces, el gobierno militar llegó a un acuerdo con los dirigentes de la invasión. Esto aceptaron ser trasladados a la Tablada de Lurín, donde se fundó un nuevo asentamiento.

El Caso Bambarén-Artola Desde el texto:
La Iglesia en el Perú: su historia social desde la independencia
- Jeffrey L. Klaiber
- Pontificia Universidad Católica del Perú -
- Fondo editorial 1996
- Páginas 421 y 422
Sin duda el enfrentamiento entre el Obispo Luis Bambarén y el Ministro del Interior Armando Artola en 1971 constituyó el caso más célebre de un conflicto Estado-Iglesia durante el régimen de Velasco. Desde la incepción del gobierno militar había surgido una especie de rivalidad entre los dos, porque ambos habían sido designados para velar por la misma área de responsabilidad: los pueblos jóvenes. Aunque su cartera era del Ministerio del Interior, el General Artola había sido escogido como una suerte de hombre de relaciones públicas de parte del Gobierno en los pueblos jóvenes, y Mons. Bambarén como obispo auxiliar de Lima había sido encargado del cuidado pastoral de las zonas. De hecho, Bambarén también habia colaborado como representante dela Iglesia con distintos organismos creados por el Gobierno para tratar los problema de los pueblos jóvenes, tales como ONDEPJOV (Oficina Nacional de Desarrollo de Pueblos Jóvenes) que en 1971 se convirtió en SINAMOS.
En diferentes ocasiones durante el año 1969 los dos intercambiaron críticas acerca de la forma correcta de resolver los problemas de los pobladores. Artola hizo varias visitas llamativas a los pueblos jóvenes y se dedicó a repartir panetones y ropa. Bambarén censuró estos gestos como “paternalistas” y pidió cambios más substanciales para mejorar la vida de los pobres. De allí nació la rivalidad entre los dos, que la prensa dramatizó y exageró para sus proprios fines sensacionalistas. La culminación del duelo verbal entre el prelado y el ministro ocurrió a raíz de una de las muchas invasiones típicas de la época. En mayo 1971 un grupo de “invasores” se posesionó de propriedades privadas cerca del colegio jesuita en un área llamada “Pamplona”. La policía intentó desalojar a los invasores y el resultado fue la muerte de una persona en el enfrentamiento.
Un domingo por la mañana, el 9 de mayo, Bambarén, acompañado por el otro Obispo auxiliar, Germán Schmitz, y cinco sacerdotes, celebró una misa en medio de los invasores. Aunque la intención del obispo fue expresar solidaridad con los nuevos pobladores, a quienes calificó de “Cristos viventes”, pero sin aprobar necesariamente su acción de tomar propriedad privada, al día siguiente Artola mandó detener a Bambarén bajo la acusación de haber instigado a los invasores. Esa misma noche, sin embargo, el Presidente Velasco dispuso la libertad del obispo y tras un diálogo con el Cardenal algunos días después, los dos, el Presidente y el Cardenal declararon enfáticamente que el incidente de Pamplona, lejos de constituir un conflicto entre el Estado y la Iglesia, fue un “malentendimiento” de poca trascendencia. Poco después Artola renunció como ministro, y el Gobierno movilizó sus recursos para trasladar a los pobladores a un nuevo lugar, conocido en adelante como “Villa El Salvador”.   
En un sentido estricto, el incidente de Pamplona no costituyó un enfrentamiento entre el Estado y la Iglesia. Al contratrio, una de las consecuencias del incidente fue un nuevo acercamiento entre ambas instituciones, un hecho que se simbolizó en la preocupación mutua por el progreso del nuevo pueblo jóven. Velasco personalmente alentó las obras de construcción en favor de “Villa” y Bambarén, por su parte, creció en prestigio como el virtual portavoz principal de todos lo pueblos jóvenes de Lima. La armonía entre los planteamientos del “obispo de los pueblos jóvenes” y los del Gobierno fue tan notable que años después la Derecha política señalaría especialmente a Bambarén como uno de los más allegados al régimen velasquista.
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